La filosofía detrás del software libre permite a cualquiera con la suficiente curiosidad combinar código libre de aquí y allá. Con ingenio y poniendo un poco de pegamento entre las piezas se hornean nuevos programas. Un juego a hombros de gigantes. En lugar de reinventar la rueda, la evolucionamos entre todos. A fin de cuentas todo es un remix.
Pero lo de programar se puede convertir en algo mucho más emocionante cuando tu código consigue que, literalmente, se muevan objetos del mundo real. Hacer que tu ordenador interaccione con el medio que lo rodea, que tome vida como una planta. Es el tipo de cosas que consiguen que un niño de 12 años sueñe y vea todo el potencial que las computadoras tienen. El «hello world» en la pantalla impresiona pero Leds parpadeando emocionan. Processing es un buen ejemplo del arte que emerge de esa combinación de software y hardware con altas dosis de creatividad.
Los cacharros electrónicos que compramos tiende a ser cada vez más como una caja negra misteriosa que suele funcionar bien, si se rompe lo llevas a la tienda y te dan otra nueva. Generaciones de hackers, de los que en buena parte ahora depende el sino de nuestro mundo,salieron de horas de aburrimiento ante una máquina con las tripas al aire que fallaba constantemente y a la que había que estar operando frecuentemente para evitar que muriera y hackearla para sacarle todo el partido.
Artículo completo en eldiario.es La Raspberry Pi y su primo el Arduino.